La crisis no solo ha paralizado la venta de pisos y maltrecho los sueldos, también ha forzado una nueva composición de hogares urbanos, integrados muchas veces por desconocidos obligados a compartir techo con el único afán de sobrevivir sin volver al núcleo familiar.
Lo que antes era una práctica limitada a estudiantes, ahora es común entre treintañeros con trabajo -y sueldos de batalla-, y muchos separados-as y parados. Unos ponen habitaciones en alquiler para cubrir una hipoteca que no pueden pagar solos. Y algunos inquilinos realquilan (algo a priori ilegal) y el piso les llega a salir gratis.
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